Zuse no sabía nada del trabajo de Babbage y, dado que estaba
en el bando de los malos durante la guerra, no tuvo conocimiento de los avances
teóricos y prácticos que Turing, Von Neumann, Shannon, Aiken, Atanasoff,
Echert, Mauchly y demás pioneros anglosajones estaban desarrollando. Sin
embargo, llegó a prácticamente las mismas conclusiones de forma independiente.
Sus diseños incluían todos los componentes que forman parte de los ordenadores:
una unidad de memoria para almacenar los datos, un selector que leía y escribía en la memoria, un dispositivo de control que ejecutaba las operaciones en el
orden previsto en un plan
de cálculo y una unidad aritmética para hacer los cálculos. Incluso
intentó patentar una idea, que rescataría con gran éxito Von Neumann años más
tarde, de almacenar el programa en la memoria de la computadora.
Su Z1 empleaba un sistema mecánico como memoria y no dejaba de ser
sólo una plasmación parcial de sus ideas; más que un ordenador, era una
calculadora programable. Pero, como buen alemán, Zuse era un tipo práctico, y
quiso tener resultados tangibles lo antes posible; todo lo contrario que el
bueno de Babbage, que murió sin terminar máquina alguna. Ya funcionaba con un
sistema binario, es decir, con unos y ceros, y básicamente podía sumar y
restar; empleaba estas operaciones como base para otras más complejas, como la
multiplicación y la división. El plan
de cálculo, lo que ahora se llamaprograma, se
escribía en una cinta de película de 35 milímetros perforada. El Z1 también
incluía traductores de decimal a binario y viceversa, para que fuese más fácil
de operar.
El caso es que aquel primer cacharro no llegó a funcionar de
forma completamente precisa debido a problemas en las distintas partes
mecánicas. Así que Zuse se puso a trabajar en su sucesor, el Z2, en el que buena parte de las
funciones las realizaban relés. Aunque funcionaba mejor, lo cierto es que por
lo general, en vez de ir como la seda, fallaba.
Lo terminó en 1939 e hizo una demostración al año siguiente;
fue una suerte que justo entonces funcionara, porque así consiguió que la
Luftwaffe le eximiera de seguir en el Ejército como soldado raso y le
financiara, siquiera en parte, sus próximos inventos.
Con la experiencia de sus dos primeros prototipos, con más
dinero y hasta con empleados que lo ayudaran, Zuse no tardó mucho en completar
el Z3, la primera de sus máquinas
que realmente podía emplearse en la confianza de que iba a funcionar la mayoría
de las veces.
El Z3 ya era un ordenador con todas las de la ley... excepto
en un pequeño detalle: no incorporaba el salto condicional, la técnica que
permite escribir programas del tipo "Si pasa esto, entonces hágase esto
otro; y si no, lo de más allá". Pese a esta carencia, que compartía con el
posterior Harvard Mark I, muchos lo consideran el primer ordenador de la
historia. Tampoco importa demasiado si lo fue o no. Terminado en 1941, cuatro
años más tarde, en 1945, antes de que acabara la guerra, tendría un sucesor con
salto condicional incorporado: el Z4, que vio la luz antes que el Eniac.
O sea que, con independencia de los requisitos que estimemos
necesarios para juzgar si un aparatejo puede ser considerado todo un señor
ordenador, el primero fue cosa del amigo Zuse.
El Z4 consumía
unos 4 kilowatios, empleaba tarjetas perforadas en lugar de cinta de película,
tardaba 4 décimas de segundo en hacer una suma y, como los dos modelos
anteriores, usaba relés: en concreto, 2.500. Zuse no pudo emplear válvulas de
vacío como sus homólogos americanos, más que nada porque el Estado alemán se
negó a financiárselas, al no considerar su trabajo esencial para el esfuerzo
bélico. No deja de ser curioso que, en cambio, los países aliados consideraran
los intentos de sus técnicos y científicos por crear los primeros ordenadores
como proyectos bélicos clave: y es que éstos terminaron sus ordenadores una vez
finalizada la contienda, mientras Zuse logró tener los suyos listos cuando el
conflicto aún seguía en curso.
A diferencia de lo que ocurrió con sus anteriores máquinas,
destruidas todas ellas en diferentes bombardeos aliados, Zuse pudo salvar la Z4
desmontándola y metiéndola en un camión de la Wehrmacht. Ayudado por un amigo
de Von Braun –el creador de las bombas V1 y V2–, y ocultándose por las noches
en los establos, consiguió llevarla hasta un pueblo de los Alpes suizos, donde
se escondió en espera de tiempos mejores.
Tras acabar la guerra, el bueno de Konrad fundó en Suiza una
empresa llamada... Zuse, gracias al dinero que sacó alquilando su Z4 –que se
empleó, entre otras tareas, para construir la presa Grande Dixence, entonces la
más alta del mundo– y al que recibió de IBM a cambio de permitirle usar sus
patentes. Durante unos años no pudo construir ningún cacharro más, así que se
dedicó a pensar en modo académico, lo que le llevó a pergeñar el primer
lenguaje de programación de alto nivel, al que llamó Plankalkül, que, sí,
significa "plan de cálculo". Pero como no hizo compilador alguno,
nadie lo usó jamás, por lo que se quedó en un ejercicio meramente teórico. En 1950 logró vender su milagrosamente salvado Z4 a la
Escuela Politécnica Federal de Zurich. Su empresa construiría la friolera de
251 computadoras antes de caer en manos de Siemens (1967).
Con los años, Zuse fue reconocido por muchos como el padre
de la computadora moderna. No cabe duda de que fue un reconocimiento merecido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario